miércoles, 22 de septiembre de 2010

Última huella de invierno


Las noches tienen las calles húmedas de cielo,
el pavimento se viste de semáforo, color, huella y lágrima;
Se pinta como acuarela de ensueño.

Las sombras de dan un baño difuso,
los charcos espejo se tragan el gris nube,
se refugian bajo columpios, en faros delgados de cemento
y en medio de los transeúntes pasos.

Los pies se apresuran,
los sollozos se caen por techos y las ramas.
La ciudad tiene noche de lágrimas y reflejos,
sombras difusas y  pasos que se van.
Humedad en la mirada, en la fusión de labios, en la carne,
la nostalgia,  la pena y el frío.
Entre  insomnios mojados de amantes,
y vestidos goteando las horas venideras.  


Humedad en ventanas empañadas para dedos de niños,
en los techos como piel sudada,
en el barro, en el manto de cemento
y la ciudad que duerme.
Se me eleva la sonrisa con ríos esparcidos por mi rostro
y gotas desvaneciendo por los dedos hasta las letras, en delirios de media noche
junto al cuaderno y la ventana.

La lluvia madruga solitaria última pena de invierno
hasta el primer rayo del alba consumiendo la oscuridad y el rocío,
naciendo el color nuevos pétalos.
El día contempla  las huellas mojadas del  fin de la estación.

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