se vistió de traje, salió a acariciar y patear las calles
donde todo pasa más lento, donde todo brilla,
donde ella sintiera cada paso, cada incendio, cada viento, cada árbol,
todas las sombras y destellos estelares con tanta poesía.
Se encontraba en los reflejos, en imágenes infinitas
se desconocía y encontraba con el miedo de moustros y el placer de ser invisible,
de irracionales escenas que siempre fueron tan absurdas como la realidad.
La realidad es absurda y eso lo puedes ver con los ojos dilatados o no;
solo que cuando el tiempo no guía el movimiento y todo se descuadra en películas de cine
y florecidos sentidos, entiendes mejor,
que nada te amarra a despegar en viajes sencillos e improvisados,
que la gente está desquiciada viviendo en el deseo de más y más y del miedo a perder,
que los animales y las plantas son tus compañeros
y que tal vez sería mejor transformarse en un duende, un hada, un pequeño ser de luz
y así dejar de ser esta plaga enferma que vino a destruir y crear a su antojo.